Cuanto peor, peor
Trotsky, que en muchos aspectos fue una persona admirable, también fue cultor de eficaces apotegmas. Propios o alquilados. Dos de ellos, célebres a fuerza de repetición de manual, dicen que "De la chispa nacerá la llama"
y que (lo precisó Lenin) "Cuanto peor, mejor".
El apotegma tiene la ventaja de prescindir del contexto y del análisis y opera -sobre el entusiasmo, antes que sobre la razón- con la fuerza de un estimulante.
Rara vez si uno
se detuviera, los apotegmas merecen confianza. Ni siquiera los que, al contrario de Trotsky, contienen aparente virtud. El problema es que casi nadie se detiene, y menos en estos tiempos veloces y turbulentos que poco dejarán para la historia, salvo
lo que surge de los laboratorios.
Puerilmente encendidos como son, los pretendidos y autodenominados revolucionarios aman los apotegmas y es común verlos transitar bibliotecas, cafés, librerías, tertulias, festivales, reuniones
con algún librito de aforismos debajo del brazo. Leen y se autosugestionan. Y arremeten como quijotes un tantín anacrónicos contra molinos reales o ficticios, creyendo con inocencia real o figurada -o financiada- que todo es obra de la
magia y la maldad de Merlín.
Yo, que no sólo no soy revolucionario, sino que pienso que toda revolución, al menos como programa político, es un error narcisista de las clases aventajadas, traumadas y aburridas que buscan imponer
sus caprichos desde la soberbia conceptual, descreo del valor de uso de los apotegmas. Son bellos, a veces, como literatura. Pero mendaces y nocivos para practicarlos sin conocimiento, sin análisis, sin contextualización. Como sucede con las
religiones, ricas en apotegmas, sólo prenden entre las capas ingenuas y desinformadas y terminan sometiendo a sus propios fieles, llenándolos de culpas, de odio, de resentimiento, de rencor.
Basura que crece y que se multiplica.
Viene
al caso esta entrada, porque a un mes y moneda de instalado un gobierno legal y democrático, en la Argentina, la mentada "resistencia" ha salido a conspirar. Y allí andan activistas de manual, intervinientes y tropa buscando por aquí y
por allá las excusas que les permitan justificar sus vocaciones por "socorrer viudas y desfacer entuertos".
Atrasan.
Pero están y son muchos. Y habrá que saber cómo llevarlos. También estaban y eran muchos los
que avalaron el terror de la Inquisición, el terror francés, el fascismo o el stalinismo, tan sólo por no venir más cerca. No merecen, cuando la hiperconectividad nos mantiene reunidos e informados, que les demos demasiado crédito.
Son farsantes y son dañinos. Tuvieron su oportunidad y la dilapidaron en beneficio propio. Ésta es una época de evolución y de nuevas legislaciones que atiendan las nuevas necesidades, tan distintas, tan provocadoras. Para eso se
necesitan nuevos consensos sobre la base de nuevos paradigmas.
La revolución es cosa del pasado, por más que la llama se active con frecuentes y costosas rociadas de combustible. Y, verdad de Perogrullo, "cuanto peor, peor"; aquí
y en todas partes.
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